2.10.06

Los famosos del ‘Palacio Negro’

Universal 02/10/06

Los criminales más violentos de los últimos 90 años estuvieron ahí, en Lecumberri, donde la historia de Goyo Cárdenas, Alfredo Ríos Galeana o El Pelón Sobera son recordados por los sobrevivientes que hoy esperan el final de su vida desde la cárcel de Santa Martha

Tras asaltar y asesinar al hijo de un funcionario de Holanda, Raymundo Moreno y su hermano Francisco, de 23 y 22 años, a quienes se conocía como Los Burreros , fueron recluidos en 1967 en Lecumberri, y debido a su mal comportamiento, pleitos y homicidios, fueron considerados como reos incorregibles.

Pancho, el mayor, fue asesinado en el penal de Santa Martha y Mundo vengó su muerte con las de otros tres que cooperaron en el homicidio de su consanguíneo. Hoy permanece en la cárcel y ya hasta perdió la cuenta de los años que debe.

En la penitenciaría de la ciudad de México, mejor conocida como la cárcel de Lecumberri, pues fue construida sobre un predio que era propiedad de una añeja familia que llevaba ese apellido, Raymundo conoció a algunos de los más afamados delincuentes.

En el año de su ingreso, el asesino serial que conmovió al país y al extranjero, Gregorio Cárdenas, ya llevaba casi 25 años en una celda de la Crujía D, destinada a los homicidas.

El más célebre de los delincuentes del Distrito Fedral y del país, Goyo o Goyito, como lo llamaba su abogado, Eduardo D. Casasús, dio muerte e inhumación clandestina a cuatro mujeres, tres de ellas "callejeras" y la otra, su novia. Los cuerpos los enterró en el jardín de la casa ubicada en Mar del Norte 20.

Aunque en Lecumberri había otros multiasesinos, como Higinio Sobera de la Flor, conocido como El Pelón Sobera, ninguno causó tal revuelo como Cárdenas, el de la colonia Tacubaya, debido a su preparación e inteligencia.

Películas, artículos, notas y hasta ovaciones de diputados causó el hombre que durante su juicio fue encontrado como demente e ingresado al manicomio durante cinco años, aunque había quienes aseguraban que sólo fingía estar trastornado.

En su declaración aseguró que odiaba a las mujeres, debido a la infidelidad de su esposa, pero luego afirmó que llevaba una bestia dentro que lo hacía cometer las atrocidades de matar a sus víctimas, luego ultrajarlas y enterrarlas clandestinamente en su propia casa donde mantenía un laboratorio.

Algunas voces de la década de los 40 aseguraban que cuando mataba a las jóvenes, al mismo tiempo las violaba, pues disfrutaba de los espasmos finales de esos cuerpos; otras decían que trabajaba en una fórmula para devolver la vida y que las desafortunadas muchachas fueron sus conejillos de indias.

Otro de los hombres que aún permanece vivo y que conoció en carne viva los estragos del llamado Palacio Negro de Lecumberri, es Rubén Chacón Fernández, también preso en la penitenciaría de Santa Martha Acatitla.

Cuenta que en 1963, fecha en la que fue trasladado de la prisión de Villa Obregón al llamado Palacio Negro, las visitas podían ingresar a las celdas.

Cuando él llegó, Goyo Cárdenas era toda una celebridad y causaba expectación y morbo entre los visitantes que trataban de verlo, mientras él leía, escribía o simplemente atendía su puestecito de dulces que le dejaron tener en la cárcel.

Delitos multiplicados

En la cárcel de Lecumberri eran varios los hombres cuya maldad enchinaba la piel por los horrores que cometieron, pues en muchas ocasiones eran mayores que los del propio Goyo.
Ese fue el caso de un multiasesino apodado El Sapo, de quien con el tiempo, el dominio público multiplicó sus delitos, y ya no se sabe si mató a 150 o a 300.

Entrevistado en su celda, Rubén Chacón, quien hace 45 años fue acusado de homicidio y sentenciado a pasar dos décadas tras las rejas, para luego resgresar a Santa Martha por violación tumultuaria, recuerda que en Lecumberri no tenía canas, era fuerte y portaba su uniforme azul; lo mismo fue castigado junto con otros en el famoso apando, donde pasaban varios días, que en solitario en las celdas conocidas como Las jaulas.

Cuando él llego a esa prisión, habían pasado nueve años desde que el famoso Higinio Sobera de la Flor pisó este mismo lugar. El 11 de marzo de 1952, tan sólo por un incidente de tránsito, en el cruce de Insurgentes y Yucatán, asesinó de varios tiros al automovilista Armando Lepe Ruiz. No conforme con ello, huyó, se refugió en un hotel del Paseo de la Reforma y a pocas horas de su primer crimen, cometió otro, el de Hortensia López.

Fue capturado y con ello terminó su vida de dispendio, pues gustaba acudir a cabarets de moda donde acudían las grandes estrellas de la época del cine de oro.

Tras 15 años, Los Burreros se sumaron a la población penitenciaria de la histórica prisión y, como muchos, constataron las torturas que se acostumbraban en el inmueble inaugurado en 1900, durante el régimen del hombre que amaba los palacios y el estilo francés: Porfirio Díaz.

"Nos hacían lavar piedras picudas, entre las que se estancaba el agua; varios se hirieron, les cayó gangrena y les tenían que amputar piernas o pies", dice el sobreviviente de aquel entonces.

La cisterna de donde sacaban el agua para preparar el rancho (alimentos), así como el café de garbanzo que se servía por las mañanas y noches con un bolillo semicocido, también era utilizada para castigar a los malportados.

En su interior, los reos tenían que pararse de puntas para que el agua no les llegara a la nariz, y luego eran obligados a correr en círculo hasta que los custodios se cansaban de reírse, relata Raymundo.

Lo mismo vivieron los integrantes de un peligroso grupo delictivo que a finales de los 30 trascendió con el nombre de La banda del automóvil gris.

El jefe de la banda, Manuel Cota, alias El Viejo, no fue detenido, pero sí su hijo Proto, quien salió igual a su papá, dedicado a los asaltos con saña, por lo que se les atribuían varias muertes.
Conocido como El Cachorro, Proto logró huir de la entonces moderna prisión, luego de que con sus secuaces, limó los barrotes de la enfermería.

Para 1957 fue inaugurada la penitenciaría de Santa Martha Acatitla, donde fueron trasladados los hombres que ya purgaban sentencias en Lecumberri; entre ellos iban Los Burreros y Ramón Mercader, El asesino del piolet. Sus manos acabaron con la vida de nada menos que León Trotsky.

Purgó en total una sentencia de 19 años y nueve meses de prisión, y durante su estancia en este lugar fue considerado como un hombre tranquilo.

Dos años después de que se inauguraron los reclusorios Norte y Oriente, y Lecumberri iba vaciándose, se conoció el nombre de otro de los célebres delincuentes de los últimos 90 años.

El 6 de octubre de 1978, Gilberto Flores Alavez asesinó a machetazos a sus abuelos: Gilberto Flores Muñoz, director de la Comisión Nacional de la Industria Azucarera y ex gobernador de Nayarit, y María Asunción Izquierdo, famosa escritora.

Los hechos se registraron en la avenida de Las Palmas, en Lomas de Chapultepec, por lo que causó una gran curiosidad que un joven adinerado y estudiante de Derecho hubiera cometido tal atrocidad y cambiara los lujos por los sinsabores de la cárcel. Culminó su sentencia en el Reclusorio Oriente.

En Lecumberri, recuerda Raymundo Moreno, conoció a Paco Sierra y a Alberto Sicilia Falcón, aunque no sabía bien a bien qué los hacía sobresalir del resto de los presos.

El primero de ellos había sido un exitoso cantante, barítono, de 26 años, que tenía amoríos con la llamada Tiple de hierro, Esperanza Iris. Francisco Sierra fue recluido por participar en un fraude a una compañía de seguros.

Sicilia Falcón, de nacionalidad cubana, era uno de los narcotraficantes más exitosos de los 70 y 80.

Era un hombre dadivoso con el resto de los reos que siempre estaban dispuestos a hacerle mandados; su galanura lo hacía parecer artista de cine y hasta se le vinculó sentimentalmente con Irma Serrano, La Tigresa, así como con Dolores Olmedo.

Protagonizó una de las fugas más sensacionales de Lecumberri, comparada con la de del extranjero Kaplan, que en sólo unos segundos se colgó de una cuerda que le lanzaron desde un helicóptero que llegó hasta esa prisión.

El 26 de abril de 1976, Sicilia -junto con Luis Antonio Zúccoli, Alberto Hernández Rubí y José Egozzi Bejar- se evadieron por un túnel de más de 40 metros de largo cavado durante varias noches.

Fue reaprehendido y llevado a la penitenciaría de Santa Martha, para luego ser trasladado al penal de La Palma, de donde salió en 1999.

Una década antes, apareció en escena otro de los grandes delincuentes quien incluso fue considerado el enemigo público número uno Alfredo Ríos Galeana.

Ex militar de la Brigada de Fusileros Paracaidistas y ex policía del Batallón de Radio Patrullas del Estado de México (Barapem), se volvió delincuente en 1981 al desaparecer dicha corporación.

Ríos Galeana conformó una banda con la que asaltó innumerables bancos y mató a varios policías, pero también secuestró y asesinó a comerciantes y empresarios.

Dos fugas tuvo en su haber: la del Centro de Readaptación Social del Estado de Hidalgo, en 1983, donde estuvo sólo unos meses, y la de Santa Martha, mucho más espectacular.

Diez personas, entre ellas tres mujeres, arrojaron una granada de mano contra la rejilla de prácticas del juzgado 33, donde era procesado.

En 2005 fue detenido en Estados Unidos, en South Gate, cerca de California, donde tenía una nueva esposa y tres hijos, además de que se hizo cristiano y su vida era relajada.

Ahora se encuentra en el penal federal de La Palma y varios de sus delitos han prescrito, los testigos murieron y los bancos han desaparecido.