11.6.08

Los Pro hombres

El Universal
La voz invitada
Gonzalo Valdés Medellín
El canibalismo es una de las vetas temáticas que la literatura y el teatro de nuestros días ha venido explotando con regular frecuencia. Los casos en México y el mundo se agolpan. De la ficción a la realidad, parece haber sólo un macabro paso: el de la perpetración. Y así, los caníbales encarnan en seres humanos perfectamente verificables en sus aberraciones, sus crímenes, sus abismos… Noé Morales Muñoz, joven y punzante crítico teatral, es también un joven y arriesgado autor dramático. Su obra Los prohombres, actualmente representándose en el Foro Shakespeare, todos los jueves, habla de un dramaturgo que apuesta a encontrar una nueva forma de abordar el tema, saliéndose de los estereotipos propios de la nota roja y del cine (con el inefable Hannibal Lecter), y aspirando a encontrar confluencias en la interiorización de sus personajes, con el interés activo de hallar, así sea levemente, un poco de humanidad en ese tipo de monstruos sociales engendrados por sistemas cada vez más decadentes, moral, espiritual y afectivamente hablando.

La historia es horripilantemente sencilla: Un anuncio en internet. Alemania. Año 2001. Sepo y Frankie se conocen por medio del ciberespacio. Ambos hombres han vivido solitarios, sedentariamente. Quieren pertenecer el uno al otro en el futuro. Les une una vacua búsqueda de la trascendencia y, en suma, la vaciedad de sus vidas. A partir de esto surge Los prohombres. Uno se dejará comer bajo consentimiento y el otro cometerá el crimen que habrá de conmocionar al mundo al ser conocido como el caso del Caníbal de Rotenburgo. Morales expone: “Los Prohombres surgió de la estupefacción ante la nota roja: ¿qué puede llevar a dos adultos, habitantes del que se supone un país emblema de civilización y progreso, a ejecutar un acto que casi todos consideraríamos bárbaro a estas alturas de la modernidad? La sorpresa se volvió curiosidad y luego morbo; había que llegar hasta el fondo en la historia y las motivaciones de los personajes. Pasar de ello a la ficción, para alguien que como yo se asume marcado por la literatura, fue un paso natural e inconsciente”. Morales Muñoz incide en un teatro de diálogo donde la palabra es pivote para la acción dramática. Lo logra en gran medida, aun cuando, en su interés por no hacer un teatro —según sus propias palabras— “documental”, deja muchas aristas sueltas en el entretejido sicológico e incluso anecdótico de los personajes.

Ginés Cruz, joven director, ha montado con pericia el texto, manejando con argucia a los actores Humberto Busto y Enrique Cueva, muy compenetrados con la esencia de sus macabras interpretaciones, en un trazo escénico limpio y eficaz, aun cuando la escenografía resulte un poco aparatosa. “Se le llama prohombre a aquél o aquella que ha hecho un bien por su comunidad, y de forma irónica el título de la obra ha sido ése. Estos dos hombres son sólo prohombres de ellos mismos y, quizás, de ninguno de los dos”, ha explicitado el director en torno a esta puesta. La realidad parece otra, la ironía no alcanza a convencer y la metáfora deviene en turbulenta gama de lucubraciones decadentistas que, aunque bien tramadas por Morales, dejan mucho qué pensar en torno de la descomposición social y ética del hombre de nuestros tiempos.

Los prohombres ofrece una oportunidad para reflexionar en torno de que los valores que se esgrimen hoy en día están totalmente maniatados al crimen y la bestialidad, aun cuando criaturas como las expuestas por Morales y Cruz quieran verse en algunos momentos como “tiernos”. No hay tal. Estos “promonstruos” son prototipos del hombre actual sumido en su pequeñez espiritual.

La dramaturgia de Noé Morales Muñoz clama hacia una confrontación con la virulencia de este siglo marcado por la sinrazón y la bestialidad. Pero, más allá, ¿qué hay? ¿Es que acaso el microcosmos del crimen es la amenaza de un macrocosmos holocáustico? ¿Es esa la inquietud fundamental de este joven dramaturgo mexicano, lanzar una alerta, señalar un presagio de nuevos horrores mundiales? El cuestionamiento ahí queda. Aguijonea la conciencia.