21.7.08

El 68 narrado en imágenes

Tomado de La Jornada, 21/07/08

La prensa se subordinó a las coordenadas políticas de un régimen de partido de Estado en 1968. La discrepancia ciudadana no fue tolerada por los gobiernos priístas, de naturaleza autoritaria y corporativa, pero tampoco representó una reivindicación enarbolada por la mayor parte de los ciudadanos. Por ello el trabajo de los fotógrafos resulta de capital importancia para comprender los claroscuros de la relación entre la prensa y el poder en aquellos años.

En la gran rebelión de maestros y ferrocarrileros que tuvo lugar en 1958 predominó una censura explícita que presionó a fotógrafos como Héctor García a publicar sus imágenes en revistas marginales, alejadas de los circuitos comerciales, y obligó a otros profesionales de la lente, como Rodrigo Moya, a guardar sus negativos durante cerca de medio siglo, hasta que una parte de ellos fue publicada hace unos meses en La Jornada.

Por el contrario, en el 68 lo que tenemos es una vasta cobertura periodística que gira alrededor de la órbita de una autocensura con reglas políticas y culturales implícitas que se expresan, sobre todo, en el uso editorial de las imágenes.

Un indicador significativo de este proceso está representado por el destino editorial de las fotografías de tres autores clave del 58, como Enrique Bordes Mangel y los mencionados Héctor García y Rodrigo Moya ya en la nueva coyuntura del 68.

Bordes trabajaba para Prensa Latina, creada por la Revolución Cubana para contrarrestar el peso de las agencias de noticias estadunidenses, y la fina mirada de este autor, atenta no sólo a rostros y gestos, sino a todo tipo de referencias simbólicas, carteles y grafitis incluidos, no pudo encontrar el espacio periodístico que permitiera dimensionar los alcances de lo que personalmente considero como verdaderos ensayos fotográficos sobre el movimiento y que actualmente pueden consultarse en su archivo.

Héctor García tuvo mejor suerte y su seguimiento fotográfico del 68 estuvo muy bien contextualizado por las crónicas de Carlos Monsiváis, el diseño de Vicente Rojo y las colaboraciones de otros autores como Carlos Fuentes y Juan García Ponce en espacios tan prestigiados como La Cultura en México, el suplemento cultural de la revista Siempre!, y la Revista de la Universidad.

Finalmente, Rodrigo Moya ya había colgado su cámara a nivel profesional para esa época, pero ello no le impidió realizar una cobertura rigurosa de la marcha del rector Javier Barros Sierra y la manifestación multitudianaria del 13 de agosto, con algunas secuencias notables que dan cuenta de la gran calidad de su mirada documentalista y que permanecen inéditas en su archivo.

El silencio gráfico de Bordes y Moya en la esfera pública nacional contrasta con la proyección de García como la lente privilegiada del movimiento en los siguientes años, lograda no sólo por la calidad del autor, sino por el posicionamiento obtenido en tales espacios editoriales.

Ni la prensa ni las revistas ilustradas se comportaron de una manera homogénea o uniforme en el lapso que va del 22 de julio al 2 de octubre del 68. Por el contrario, existen distintos matices y claroscuros que abarcan diversas posturas, las cuales van desde la derecha empresarial anticomunista hasta grupos radicales de la ultraizquierda, pasando por una gran variedad de opciones moderadas.

En todos los casos la subordinación y el alineamiento al Estado y los poderes fácticos, reflejados entre otras cosas en el control del papel y la publicidad comercial, marcó distintos niveles de comportamiento que se vieron incluso dentro de cada periódico.

De un mapa complejo y variado entresaco algunos ejemplos para ilustrar el planteamiento anterior: Excélsior, el diario que albergó en sus páginas la crítica informada de Daniel Cosío Villegas y una pléyade de ilustres colaboradores, que desmantelaron con sus reflexiones la naturaleza autoritaria del régimen de Díaz Ordaz, se caracterizó por publicar editoriales institucionales cautelosos y moderados, muy cercanos a la perspectiva oficial, con las notorias excepciones de la toma militar de CU y el 2 de octubre.

En tal contexto, la cobertura informativa del diario, con fotógrafos como Aarón Sánchez, Miguel Castillo y Carlos González –quien por cierto fue herido de un bayonetazo en Tlatelolco–, respondió a este tipo de intereses y contradicciones, y desde esas coordenadas y parámetros hay que realizar la lectura de sus imágenes.

La revista Tiempo estaba dirigida por el laureado escritor Martín Luis Guzmán, quien desde tiempo atrás había sido cooptado por el Estado y resultó uno de los enemigos acérrimos del movimiento, con el encargo oficioso de satanizar a los estudiantes y alimentar la teoría de la conjura gubernamental a lo largo de aquellos tres meses. La paradoja consiste en que el director de esta revista contrataba los servicios de los Hermanos Mayo, el colectivo de fotógrafos republicanos que hizo leyenda en la historia del fotoperiodismo nacional, con un bagaje de izquierda que se diluyó en los feroces pies de foto anticomunistas que le endilgó el director de Tiempo.

La Prensa, uno de los diarios de mayor circulación en aquella época, se alineó rápidamente con el discurso de las autoridades y se limitó a aderezar los boletines oficiales antiestudiantiles como notas periodísticas. Su profusa cobertura abarcó el trabajo de diversos fotógrafos. Entre ellos, cabe destacar el caso de Enrique Metinides, el maestro de la nota roja en México en el siglo pasado, cuyas imágenes se exhiben actualmente como obras de arte en galerías y museos europeos y estadunidenses.

Resulta muy significativo el rastreo del trabajo de este autor en las páginas de La Prensa cubriendo simultáneamente los episodios estudiantiles y los casos policiacos cotidianos ocurridos en aquellos meses.

La mirada del autor, especializada en narrar historias macabras y destacar el papel de los mirones en accidentes y desastres de toda índole, aplica las mismas premisas de encuadre y composición al contexto del 68, subrayando los efectos de la represión.

La revista Life en español rescató la tradición de las grandes revistas ilustradas y fomentó la construcción editorial de secuencias narrativas que contaron con la mirada de eficientes fotógrafos mexicanos, como José Dávila Arellano y Jesús Díaz, así como el contexto de corresponsales como Bernard Diederich, quienes mantuvieron cierta distancia respecto de las posturas oficiales y que los vinculan, en cambio, con algunos sectores de la opinión pública estadunidense. Los ejemplos abundan, la premisa es la misma: las coberturas son amplias y muy diversas, y como toda imagen, permiten lecturas diferentes.

Aquí vamos a destacar aquella que se refiere a los contextos editoriales y los vínculos con el poder y, sólo mantendremos una distinción importante entre periódicos y revistas: los primeros se orientaron a la cobertura cotidiana de las noticias, mientras las segundas tuvieron el espacio y la pausa para construir narraciones y secuencias que dotaron de mayor contundencia a las imágenes.

Por lo general, los estudios historiográficos sobre el 68 han subestimado el papel de las fotografías y se han concentrado en otro tipo de documentos orales y escritos. No se trata de que las imágenes hayan estado ausentes en la reflexión de cronistas, escritores y académicos en estos 40 años. El problema reside en que han jugado un papel secundario, casi decorativo, para ilustrar las reflexiones y los planteamientos de los analistas.

* Este texto forma parte de un trabajo más amplio que el autor desarrolla en el Instituto de Investigaciones Dr. José Ma. Luis Mora, con apoyo del Fondo Sectorial de Investigación para la Educación, del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.