11.5.09

Asì era la nota roja en 1930

Sadismo. Infirió a su mujer más de 700 heridas

· Hacia ocho años que él martirizaba a su esposa

· Esta figura tétrica, cínica, en la vida cotidiana casi un dechado de virtudes, hería noche, a noche a la mujer para chuparle su sangre

· Estaba poseído de un espíritu malo

· Pero Alejandro Miranda García fue denunciado por María de Jesús Gress, la víctima que -es de suponerlo- gozó también intensamente



En la mañana de ayer se levantó un acta de policía en las oficinas de la Segunda Demarcación, relatando una sucesión de hechos de tal naturaleza, que más parece una página arrancada a las aventuras del Marqués de Sade, que la relación escueta de un hecho delictuoso que se da a conocer a las autoridades judiciales, para procurar el castigo del responsable.

Una mujer relativamente bella y relativamente joven, cuenta unos treinta años de edad, ha venido siendo martirizado hace largos ocho años por un cruel amante. El hombre, con una religiosidad criminal, noche a noche sin olvidar una sola, le causaba una lesión en el cuerpo con agudo estilete, recreándose en el dolor ajeno, al ver brotar la sangre. El sátiro delincuente ha sido capturado. Lejos de lo que era de esperarse, con inaudito cinismo, confesó toda su culpa, y con una rudeza de hombre inculto sólo supo explicar que al ver brotar la sangre de su amante, sentía un inefable gozo.

Y así, después de tan atroz y prolongado martirio, -por qué no decirlo- quizá soportado con algo de deleite, pues de otra manera no se entiende que la víctima haya permanecido en silencio tanto tiempo, la mujer se encuentra con setecientas ochenta y una cicatriz en el cuerpo, algo increíble si no existiera de por medio un certificado médico que lo asegurara.

De amoríos

Serían las siete de la mañana cuando llegó a las oficinas policiacas una mujer de andar cauteloso, grandes ojeras y mostrando a las claras que obraba con temor, tal cual si temiera ser sorprendida. Pidió atención médica y se vio que presentaba una profunda cortada en la nuca, causada al parecer con una navaja de barba, o instrumento sumamente filoso. Una vez que el médico de guardia hubo atendido a la señora, el Comisario, en cumplimiento de su deber, fue a interrogarle, habiendo manifestado entonces aquella señora, el por qué de su lesión.

Comenzó diciendo que su nombre era el de María de Jesús Gress, de treinta años de edad, con domicilio en las calles de Juan de la Granja número 33. Relató como allá, por las postrimerías de 1921, conoció en un baile de posadas a Alejandro Miranda García, quien la requirió de amores recibiendo una agradable e inmediata correspondencia. Días más tarde, el primero de enero de 1922, los dos jóvenes iniciaban el año con su amorío, haciendo vida común.

Así han transcurrido desde entonces los años, sin grandes choques, sin mayores contratiempos que los hicieran apartarse. Los vecinos los tenían como pareja feliz, no obstante que extrañados muy a menudo oían quejarse a la señora, diciendo que "se había cortado".

781 Cortadas

Refirió entonces la joven que, si bien en apariencia, era feliz, un dolor continuo la amargaba. Su amante era un hombre en toda la acepción de la palabra. Cariñoso, cumplido con sus obligaciones, trabajador, enemigo de bebidas y parrandas y sólo de cuando en cuando, por mera diversión, recordaba un vicio que adquirió de joven: le gustaba darse "las tres de mariguana". Pero en sus excesos no llegaba a perder la razón, contentándose con las "primeras tres" que lo hacían "vacilar".

Pero en cambio, de las buenas prendas de trabajador y cumplido, Alejandro Miranda tenía un aspecto terrible. Noche a noche, con pasmosa constancia, gustaba de causar una lesión en el cuerpo de su amante, usando para ello un afilado estilete. El golpe era rápido, seguro, hiriendo solamente lo suficiente para causar una cortada que hiciera salir algo de sangre. Algunas veces gustaba de llevar sus labios a la herida. El dicho de la señora alarmó al Comisario, quien ordenó que se le hiciera un inmediato reconocimiento y de éste resultó, según certificado médico, que la señora tuviera en el cuerpo, brazos, espalda y manos, setecientas ochenta y una cicatrices de cortadas, algunas recientes.

Al medio día, cuando iba a comer Miranda, se le detuvo. Fue informado de la denuncia de su amante, y sin mostrar gran sorpresa, se concretó a confesar su culpa, indicando que sentía un grato placer en sangrar a su amante, pero que si bien ésta había recibido con repugnancia su costumbre, había acabado por solicitar la sangría cuando a él se le pasaba. Atribuyó la denuncia a un disgusto de la noche anterior.

Declara también en el acta, en calidad e testigo, Eva Ocejo, sirvienta de los amantes, que aseguró haber visto en repetidas ocasiones a la señora Gres, curándose las cortadas.


Febrero 22, 1930, El Nacional